jueves, 30 de mayo de 2013

Cuantas veces, amor, Pablo Neruda

 


Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en Angola, a la luz de la luna de Junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto

mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.



Ayer, Enrique Iglesias




¡Hey!
dime a dónde vas,
y si sabes tu destino.

¡Hey!
donde dejaras,
tus sueños escondidos.

Mira que la luna nos dejo,
iluminados, bien de cerca,
y a pesar de aquel adiós,
mi puerta siempre estuvo abierta,
como antes.

Ayer cabías en mi corazón,
y te escondiste en un rincón,
del otro lado,
yo se que la vida nos dejo,
saber que nuestro amor,
no se acabado,
no se acabado.

¡Hey!
tu mirada dice,
estar arrepentida.

¡No se!
dime si es verdad,
o es solo idea mía.

Di que no es locura ni obsesión,
que no es capricho simplemente,
dile que lo sientes y que yo,
nunca he dejado de quererte,
como antes.

Ayer cabías en mi corazón,
y te escondiste en un rincón,
del otro lado,
yo se que la vida nos dejo,
saber que nuestro amor,
no se acabado.

Ayer cabías en mi corazón,
y te escondiste en un rincón,
del otro lado,
yo se que la vida nos dejo,
saber que nuestro amor,
no se acabado,
no se acabado.

¡Hey!
dime a dónde vas,
y si sabes tu destino.


El diario de María, Jp Torga



María abre las tapas del diario con suavidad y a continuación acaricia dulcemente la cubierta color malva del mismo con la yema de sus dedos. Es un gesto instintivo, casi maternal. Siempre lo hace cuando la historia que acude a su mente  la hace vibrar, cuando despierta sensaciones en el fondo de su alma.



Respira hondamente y deja salir el aire con lentitud, mientras sus ojos… permanecen cerrados ya que han iniciado un viaje sin retorno al fondo de sus pensamientos.



Al abrir los párpados,  una  inocente sonrisa  perfila sus labios.



Vuelve a mirar el diario con la misma ternura con la que miraría a un niño, tal vez, porque al recordar la historia escrita, está resurgiendo la pequeña niña que lleva dentro.



Pasa un mechón de su pelo color caoba por detrás de la oreja y ajustándose las gafas con su dedo índice sobre la nariz, vuelve a situarse ante una página en blanco que cubrirá en forma de letras. Letras con menciones y nostalgias… sus recuerdos



Pasa el dedo por la parte superior de las hojas y llega a la última página escrita. Una cierta agitación recorre su pecho, ansía seguir escribiendo sin interrupciones. Apoya la sien sobre la mano izquierda, mientras con la derecha escribe con una letra elaborada y uniforme… “No recuerdo cómo comenzaba aquel libro, pero sí guardo con perfecta y asombrosa nitidez destellos, recuerdos de aquella época de mi vida… Mis padres nunca me contaron un cuento cuando yo era pequeña, nunca me dedicaron, ni a mis hermanos, mayor atención en ese aspecto.

Nunca me compraron un cuento infantil, en mi familia no se apreciaba eso, quizás porque no había tiempo para esos menesteres, quizás porque era más importante dedicar el dinero a otras cosas más necesarias…

La única persona que cubrió esa necesidad, y nunca entendí el por qué, fue mi abuela materna.

Ella vivía en La Coruña, se marcho allí a trabajar cuando mi madre tenía unos seis años; fue cuando mi madre se quedó en el pueblo a vivir, “al servicio” de Laura, quien la crió a partir de esa edad.

De vez en cuando mi abuela nos enviaba una “caja”. Era todo un acontecimiento… Siempre había algún regalo para mi hermano y para mí. Lo primero que sacaba mi madre de la caja era una “hoja de bacalao”. Mi abuela trabajaba en una fábrica de bacalao y siempre que había un paquete, de él acababa saliendo uno de esos pescados salados…. Nunca lo había pensado, pero es posible que… que ese sea el motivo por el que me guste tanto a día de hoy el bacalao, quizás porque me trae sabores agradables de mi infancia…

 

María levanta por un instante la mirada y la deposita sobre la luz que entra a través de la ventana. Ventana que no ve y traspasa con la mirada, ya que ese viaje a la mente de aquella niña que fue, la transporta mucho más lejos. La hace retroceder en el tiempo más de cuarenta años. El gesto dulce que recorre sus mejillas, deja traslucir la naturaleza de los buenos recuerdos. Recuerdos, que llegan a su mente a borbotones. Baja la vista sobre el papel y escribe de nuevo…  “Y después del bacalao aparecían un montón de libros y cuentos. Nunca supe el motivo por el que mi abuela nos compraba libros. Creo que ella nunca supo leer, quizás por eso… Cuando le escribíamos una carta ella iba a ver a la dueña de la casa para que se la leyeran y era esa misma señora la que nos escribía lo que mi abuela le dictaba.



Tengo el recuerdo de aquel libro de pasta dura y color verde, aquel libro que me acompañó durante interminables tardes y noches, aquel libro que leí y releí una y mil veces…



Era un volumen un poco abultado para mi edad, pero no me importaba, con solo leer el título mi imaginación se echó a volar, de igual forma que entre sus páginas volaba su protagonista, “El Ruiseñor”. Qué bello título… ¡qué bonita historia encerraba en sus páginas!  Las pocas ilustraciones en blanco y negro no hacían más que acentuar mis ganas de leer y conocer la historia, mi imaginación iba más allá del cielo de mi pueblo y me llevó a viajar por un país tan lejano como desconocido… China.



Al colocar el punto y aparte, María suspira. Es un suspiro apasionado, largo, que echa fuera de su pecho una tensión acumulada por el ansia de expresar aquellas vivencias. Ese suspiro trae a su cabeza nítidos momentos, que se apresura a estampar sobre el inmaculado papel… “Y también estaba allí, con el mismo formato de pasta dura y verde Gulliver y sus fantásticos viajes… Aventuras y más aventuras con las que poder viajar, soñar, reír o pasar miedo.



Pero los viajes de Gulliver nunca tuvieron la sensibilidad que se encerraba entre la multitud de hojas de El Ruiseñor… Aún puedo sentir la emoción que me producía leerlo.



En una ocasión, hace un par de años, volví a  la   casa de mis padres en el pueblo en busca de esos libros. Esperaba poder volver a respirar el aroma de mi niñez, esperaba poder volver a soñar como en mis años de niña, esperaba encontrar de nuevo aquella imaginación que me había llevado hasta la recóndita y lejana China. Pero… sólo encontré cajones llenos de otros libros, de otros momentos, también bonitos, pero ninguno comparable al trino del pájaro en los jardines del Emperador.




Se quita las gafas y pasa los dedos pulgar e índice sobre los ojos, en un gesto que denota fatiga. Postura de sus dedos, que terminan comprimiendo el puente de la nariz.



Deposita las gafas con mimo sobre la mesa y siente que otra oleada de evocaciones llega a su mente… “Recuerdo también con fascinación unos libros en formato cómics de los payasos de la tele. Me encantaba leer las aventuras de Gaby, Fofó y Fofito. Sin duda mi preferido era Fofó… ¡cómo me hacía reír! Cómo disfrutaba con sus payasadas y  tonterías…



Y en aquella caja también guardaba preciosos tesoros: muñecas para mí, coches para mi hermano. Muñecas que para mi eran inalcanzables, solo podía jugar con ellas dentro de la caja… no me permitían cogerlas entre las manos, no me dejaban jugar con ellas. Las muñecas se podían romper.



Durante muchos años guardé encima de mi armario una muñeca que siempre fue mi ojo derecho. En ocasiones, cuando me quedaba sola en casa, me subía en una silla y a escondidas cogía la caja, la abría, sacaba la muñeca, sus vestidos, aquellos botes vacíos de plástico que simulaban bonitos frascos de perfume y con el peine también de plástico peinaba el flequillo de la muñeca. La melena no se la podía peinar, estaba protegida por un plástico y si se lo quitaba descubrirían mi secreto. Recuerdo el olor de la muñeca, ese olor a plástico, ese olor a “muñecas de Famosa”…



El recuerdo del juguete dibuja una sonrisa angelical en las suaves facciones de María. -¿Qué habrá sido de aquella muñeca?- Se pregunta. Bucea en los recuerdos, sus recuerdos… -Si, es cierto ¡¡se la regalé a mi prima!! -  Sacude la cabeza a ambos lados con nostalgia mientras cierra de nuevo el diario.  Lo hace con suavidad. Después… acaricia dulcemente la cubierta color malva del mismo con la yema de sus dedos. Es un gesto instintivo, casi maternal. Siempre lo hace cuando la historia escrita la hace vibrar, cuando despierta sensaciones en el fondo de su alma.

Bailando con una escoba o el baile de la escoba...


¡Mucha mierda! , ¿Por qué decimos eso?



Esta expresión poco convecional y malsonante para aquellos que no estan familiarizados con ella, es usada principalmente en el mundo del teatro y también de la danza, pero poco a poco se ha convertido en una expresión común usada para desear suerte ante cualquier situación y no sólo en el espectáculo.

Se cree que su origen es el siguiente:

“Por un lado nos encontramos quien dice que el origen de la expresión “Mucha Mierda” proviene de la época en la que las personas de clases “pudientes” acudían al Teatro o “Corral de Comedia” en coche de caballos. Al llegar a la puerta del recinto, mientras bajaban del coche, el animal hacia sus necesidades allí mismo, por lo que cuando estaba a punto de empezar la representación un miembro de la compañía se asomaba y miraba la cantidad de excremento depositada ahí, cuanto más había más gente “pudiente” tenían. Curiosamente no se cobraba entrada, por lo que al finalizar la función la gente lanzaba sus monedas (cuanta más gente pudiente más alta era la recaudación). Los miembros de la compañía se agachaban a recoger las monedas lanzadas por el público y de ahí dicen que viene otra expresión “teatral” relacionada con el deseo de buena suerte, se trata de “rómpete una pierna”  por la de veces que había que flexionarla para recoger el recaudo o saludar al público." 

“Otros opinan que el origen de decir “mucha mierda” es que, en la Edad Media, los artistas iban con sus carromatos por los pueblos. Cuando llegaban a uno, si había mucho estiércol a la entrada, calculando la extensión del mismo, eso quería decir que en aquel momento había un mercado, feria u otro acto y por eso entraban, hacían su espectáculo y se iban. Cuando se encontraban con otros artistas, se deseaban entre ellos: “Que tengas mucha mierda en el próximo pueblo”. Así se ha llegado a decir, más rápidamente y simplificando: “Mierda” o “Mucha mierda”.


Fuente:
http://relikia.blogspot.com.es



miércoles, 29 de mayo de 2013

Canción de un sueño, José Ángel Buesa



Otra vez, esta noche, vi tu mano en la mía,
otra vez, esta noche, volví a soñar contigo,
yo, que no soy tu amante ni siquiera tu amigo,
si no un hombre que pasa bajo la luz del día.

Sin embargo, en la sombra donde el tiempo no existe,
se buscan nuestras almas, no sé por qué. Y despierto
vagamente inconforme de que no ha sido cierto,
triste de una tristeza que no llega a ser triste.

Algo ocurre en la noche, pero yo no lo digo:
ni a ti, que nada sabes, ni a ti te diré nada,
pero al mirar tus ojos sabré, por tu mirada,
si también, esta noche, tu has soñado conmigo.





Si no te hubiera conocido, Christina Aguilera & Luis Fonsi



Como un bello amanecer
Tu amor un dia llego
Por ti dejo de llover y sol de nuevo salio, ooh
Lluminando mis noches vacias
Desde que te conoci
Todo en mi vida acmbio
Supe al mirarte que al fin, se alegaria el dolor
Que para siempre seriamos dos
Enamorados, siempre de manos, enternamente
Si no te hubiera conocido no se que hubiera sido de mi
(Mi amor)
Sin tu mirada enamorada no se si yo podria vivir
Sin el latido de tu corazon
El mundo es mas frio
Nada tendria sentido
Si nunca te hubiera, conocido
Ooh, yeah, oh
Toda mi vida sone con tu llegada mi amor
Asi yo te imagine, tan bella como una flor
Supe que siempre seriamos dos
Enamorados, siempre de mans, eternamente
Si no te hubiera conocido no se que hubiera sido de mi
Sin tu mirada enamorada no se si yo podria vivir
Sin el latido de tu corazon
El mundo es mas frio
Nada tendria sentido
Si nunca te hubiera
Conocido
Que hubiera sido de mi
Nada tiene sentido
Si no es contigo
No se
Que hubiera sido de mi
Hubiera sido
Sin tu mirada, enamorada no se
Si yo podria vivir
Sin el latido de tu corazon
Sin ti, el mundo es mas frio
Nada tendria sentido
Si nunca te hubiera conocido
Nada tendria sentido
Si nunca te hubiera conocido 






Te busco, Gioconda Belli




Sola yo, amor,
y vos quién sabe dónde;
tu recuerdo me mece como al maíz el viento
y te traigo en el tiempo,
recorro los caminos,
me río a carcajadas
y somos los dos juntos
otra vez,
junto al agua.
Y somos los dos juntos
otra vez,
bajo el cielo estrellado
en el monte,
de noche.
Yo, amor, he aprendido a coser con tu nombre,
voy juntando mis días, mis minutos, mis horas
con tu hilo de letras.
Me he vuelto alfarera
y he creado vasijas para guardar momentos.
Me he soltado en tormenta
y trueno y lloro de rabia por no tenerte cerca,
en viento me he cambiado,
en brisa, en agua fresca
y azoto, mojo, salto
buscándote en el tiempo
de un futuro que tiene
la fuerza de tu fuerza. 

 

La librera del Sena, Arturo Pérez Reverte




Cada cual tiene su París, naturalmente. El mío incluye algunos museos, restaurantes y cafés, los soportales del Palais Royal, la casa de Víctor Hugo en la plaza de los Vosgos, la estatua del mariscal Ney –bravo entre los bravos– junto a la Closerie des Lilas, el león junto al que pasaron los republicanos españoles de la División Leclerc, el Pont des Arts, la rue Jacob –allí están mis editores gabachos–, algún anticuario al que soy fiel desde hace casi cuarenta años, una veintena de librerías y los buquinistas del Sena. Esos puestos de libros viejos son mi recuerdo más remoto, la primera e inolvidable certeza que tuve, siendo un chiquillo, de que al fin estaba en el París de Dumas, Stendhal, Balzac, Sue, Feval, Chateaubriand, Hugo y Maupassant. Las orillas del Sena ya no son lo que fueron, por supuesto. Los añejos libros, revistas y grabados han cedido el sitio a reproducciones burdas, postales y recuerdos para turistas; aunque, con tiempo y paciencia, puede desenterrarse a veces algo pintoresco. Hace años que no compro nada allí, pero siempre dedico un rato a pasear entre Nôtre Dame y el Louvre, observando los puestos y a la gente detenida ante ellos. En ocasiones creo reconocerme, al otro lado del tiempo, en algún jovencito flaco de mochila al hombro al que veo husmear, con emoción de cazador inexperto, vocacional, en alguno de los puestos que ofrecen algo a quienes todavía buscan y sueñan.

También ella sigue allí, donde siempre. Ahora debe de rondar los cincuenta y ocho, o los sesenta. La he visto envejecer en cada una de mis visitas a esta ciudad, en cada paseo junto al Sena. La primera vez que la vi era yo un muchacho casi imberbe, y ella una atractiva muchacha de cabello rojizo que, a la hora de comer, sustituía a su padre en el puesto de libros. Me parecía tan guapa e interesante que siempre me quedaba por allí, observándola de lejos, fascinado por el aplomo con que se movía, su seguridad en la forma de ordenar los cajones, de atender a los clientes. A veces pasaba muy cerca, junto al puesto, y me detenía a mirar tal o cual libro, sintiendo fijos en mí sus ojos, que eran de un singular color gris azulado. Se me pegaba la lengua al paladar. No me atrevía a cambiar con ella más que algún saludo formal, a preguntar el precio de tal o cual libro, a pagarlo y decir gracias mientras me alejaba. Me parecía inalcanzable, sacerdotisa de un mundo que yo veneraba. Hija de un buquinista, calculen. Guardiana de los fantasmas de mis viejos clásicos, cuyos nombres relucían en letras doradas alineados en el cajón. En París, nada menos. Y tan guapa.

Pasó el tiempo. Entre viaje y viaje la vi crecer, y yo también lo hice. Leí, anduve, adquirí aplomo, conocí otras orillas del Sena. Cada vez que volvía a esa ciudad la encontraba allí, atendiendo a los clientes o sentada en una silla, leyendo, ante el tenderete. Por supuesto, ni se fijaba en mí. Un día el padre murió, o se jubiló, pues no volví a verlo. Ahora era siempre ella la que abría los cajones sobre las once de la mañana y los cerraba al atardecer. Ni siquiera me reconocía de una vez a otra. Bonjour, bonsoir. Así pasaron unos quince años. Y al fin, cierto atardecer, después de comprar un libro y sin pretenderlo –así ocurren estas cosas–, me quedé conversando con ella. Algo sobre la edición Garnier de Dumas, que yo buscaba. Cerró el puesto, cogió su bicicleta, caminamos por la orilla del río y nos detuvimos algo más lejos. Se mostró locuaz. Demasiado. Y sentados en la mesita de una terraza frente al Louvre, mientras ella hablaba sin parar, comprendí que no tenía nada que ver con la muchacha grave y silenciosa que yo había imaginado durante años. Me pareció esquinada, superficial. Y no demasiado inteligente. Hablaba de dinero y clientes con una frivolidad asombrosa. También me contó algo de su vida, divorcio incluido. Y cuando llegó el momento de pausa incómoda en que los ojos preguntan «y ahora, qué», sonreí cortés, miré el reloj, pagué los cafés y la acompañé hasta el semáforo. Después caminé por la orilla del Sena, junto a los puestos cerrados, sintiendo desvanecerse una vieja sombra de juventud.

De aquella tarde han pasado más de veinte años. Ella sigue junto al Sena: unas veces el tenderete está cerrado, y otras la veo de lejos, desde la acera opuesta. Ya nunca me paro allí. La última vez estuve un momento frente al escaparate de un anticuario, en cuyo cristal podía ver su reflejo. Era una tarde gris y de pocos clientes. Leía, sentada. Imposible reconocer en ella a la muchacha de cabello rojizo. Tampoco reconocí al hombre que la miraba desde el cristal.

Nota Curiosa: La primera huelga de la historia


 Sabido es que el derecho de huelga fue reconocido por primera vez en 1864, en Inglaterra, y constituye en la actualidad uno de los derechos inalienables del hombre reconocidos por la ONU y gran número de países. Las que han pasado a la historia son la de 1886 en Chicago, por la jornada de ocho horas; la de 1905 en San Petersburgo, de carácter insurreccional; las revolucionarias de 1917 y 1920, en España y Alemania respectivamente; la de 1946 en la General Motors de EE.UU., que duró casi un año, y la de mayo de 1968 en Francia. Pero la primera huelga se remonta al año 1166 A.C.



La situación no fue nada fácil, pero los obreros finalmente lograron un acuerdo con las autoridades ante quienes reclamaban comida, bebida y ropa, y que se elevara con urgencia su nota de reclamos ante las máximas jerarquías del Estado, el Primer Ministro (sustituto en ausencia del rey) y el propio Faraón. El reporte del escriba comenta:
 
"... los trabajadores traspasaron los muros de la necrópolis (se pusieron en huelga) diciendo: ‘Tenemos hambre, han pasado 18 días de este mes... hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni grasa, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón, nuestro buen señor y al visir nuestro jefe, que nos den nuestro sustento!”.
 
Los obreros pasaban hambre y los alimentos eran de mala calidad. El límite de tolerancia de aquellos primitivos trabajadores se había rebasado, razón por la cuál tomarían una decisión histórica: dejar de trabajar reclamando el pago de sus haberes. La llamada primera huelga de la historia comenzaba. ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Cómo ocurrió? ¿Cuáles fueron las consecuencias? Y finalmente, ¿fue una verdadera huelga? ¿Podemos hablar de huelga en aquellos tiempos lejanos?.
 
EL LUGAR DE LOS HECHOS Y LOS TRABAJADORES
 
    
 
 
Vista de los restos del poblado de los trabajadores en Deir el-Medina.

 
 
Todos los obreros, artesanos y escribas encargados de los trabajos en la tumba del faraón, estaban alojados en la aldea de Deir el-Medina, junto con sus familias. Esta zona albergaba las viviendas, las capillas y las tumbas de los propios obreros y fue utilizada desde la dinastía XVIII a la XX. Se calcula que en las más de setenta casas vivieron unos 120 trabajadores con sus esposas e hijos.
 
La cuadrilla de trabajadores se componía con un mínimo de 60 hombres divididos en dos equipos, cada uno de los cuales contaba con un capataz, un delegado y uno o varios escribas. Había albañiles, canteros, pintores, tallistas de relieves y escultores. Todo el trabajo estaba supervisado por el visir que visitaba la zona en algunas ocasiones o enviaba un delegado real para inspeccionar los trabajos.
 
Los trabajadores eran reclutados de varios poblados y localidades del territorio egipcio, donde ya desempeñaban alguna función al servicio de las autoridades. Sabemos que algunos de ellos fueron dueños de tierras y de servidores y animales, además de tener propiedades fuera de la población obrera. Los "hombres de la tumba" (como se les llamaba) se relacionaban, debido a su trabajo, con las personalidades más destacadas de Egipto e incluso algunos artesanos tuvieron trato directo con el faraón. Todo parece indicar que estos hombres disfrutaron de un mejor nivel de vida sus contemporáneos.
 
Cerca de la aldea se encontraban las tumbas de los obreros y las capillas con los dioses locales. Durante el reinado de Ramsés II, las tumbas de los artesanos se convirtieran en un conjunto de obras en las que destaca la tendencia a la monumentalidad. Consistían en capillas pequeñas coronadas por una pirámide de reducidas proporciones. Este tipo de sepulcro era típico de los nobles del Nuevo Imperio, quienes se hacían edificar mastabas con pirámides en la parte superior, buscando participar de los beneficios espirituales antes reservados a la realeza. 

 

EL PROBLEMA

 

Pese a ser todavía un país rico y poderoso, en el siglo XII a. C. se anunciaba la decadencia de Egipto. Desde 1198 hasta 1166 a. C. Ramsés III (XX dinastía) gobernaría un país con crecientes problemas. En las fronteras del Imperio tuvo que contener dos intentos de invasión libia, y el ataque de “los pueblos del norte y del mar” proveniente del Mediterráneo. La corrupción y la mala administración de los recursos debilitaban la economía del país, ya afectada por las monumentales tumbas en el Valle de los Reyes que absorbían buena parte del potencial de trabajo de la población. El excesivo y consecuente crecimiento de la burocracia estatal así como de una demanda de bienes de consumo que no podía ser satisfecha, llevaba la situación hasta el límite. Y de hecho, el reinado y la vida de Ramsés III, terminarían con una conspiración en su harén, en la que tomarían parte importantes funcionarios políticos.
 
Al empezar la inflación en los últimos años de Ramsés III, el sistema de trabajo se desarticuló como consecuencia de los retrasos del gobierno en pagar a los obreros. Y como resultado directo de la situación general, la actividad laboral de los artesanos (dependientes de la administración central) se multiplicaba sin que sus “salarios” (véase la nota) se adecuaran a las tareas crecientes.
 
Muchos ostraca (hallados en Deir el-Medina) contienen largas listas de los productos que se entregaban regularmente a los obreros. Cada día recibían pan, cerveza, dátiles y verduras, e incluso agua potable (ya que los manantiales estaban secos). Algunos alimentos como los higos se suministraban con menos frecuencia y la carne solo en fiestas especiales. Asimismo, también se les abastecía de vestidos, calzados, vasijas y herramientas. El salario de un día del trabajador promedio era de 10 hogazas de pan y una medida de cerveza; y el de un artesano de mayor categoría podía llegar a las 500 hogazas de pan, las que tenía derecho a intercambiar por otros artículos. Los capataces y los escribas recibían 72 sacos (de unos 76 litros cada uno) de cereales al mes y el resto de trabajadores 52 sacos.
 
Pero aquellas necesarias raciones de comida no llegaban a tiempo, y las que sí llegaban, de mala calidad, eran manipuladas por el administrador según se lee en un ostracon:
 
“... Comunico a mi señor que estoy trabajando en las tumbas de los príncipes cuya construcción mi señor me ha encargado. Estoy trabajando bien (...) No soy en absoluto negligente. Comunico a mi señor que estamos completamente empobrecidos (...) Se nos ha quitado un saco y medio de cebada para darnos un saco y medio de basura".
 
El hecho fue multicausal: la situación económica general, el crecimiento de la demanda de bienes de consumo, la corrupción y la mala administración llevaron a los obreros a declararse en huelga y a ocupar algunos edificios clave de la administración central.
 
EL DESARROLLO DE LA HUELGA
 
Según se lee en el llamado Papiro de la Huelga del reinado de Ramsés III (conservado hoy en Turín, Italia) y de varios ostraca encontrados en Deir el-Medina (guardados en los museos de El Cairo, Berlín y otras ciudades) la huelga comenzó el día 10 del mes de Peret en el año 29 de Ramsés III (a la sazón de 62 años de edad; 1166 a.C.) debido al retraso de una paga "distraída" por el Gobernador de “Tebas Oeste”.
 
En el Papiro de la huelga redactado por el escriba Amennajet (que pertenecía al equipo de trabajadores de la tumba de Ramsés III) se evidencia un conflicto en crecimiento, que pasa de las quejas iniciales a los reclamos más vehementes por la retención de recursos. Amennajet escribiría (como en parte citamos al principio):
 
“Año 29, segundo mes de la segunda estación, día 10. Este día el bando cruzó los cinco muros de la necrópolis, gritando: ‘¡Tenemos hambre!’ (...) y se sentaron a espaldas del templo” de Tutmosis III en el límite de los campos cultivados”.
 
Al analizar el asunto más detenidamente, vemos que una vez abandonado el lugar de trabajo los artesanos egipcios habían marchado en protesta hacia los templos. Asumir esta actitud implicaba mucho para ellos porque constituía un verdadero desafío a las autoridades. En uno de los templos se les entregaron 50 panes (obviamente insuficientes para la multitud) por lo que al día siguiente entraron por la fuerza en el templo y paralizaron las actividades del mismo,  haciendo los reclamos que registramos al principio de este artículo.
 
Así mismo fue necesaria la intervención de un escriba del equipo quien se dirigió al templo funerario donde se almacenaba grano exigiendo las raciones acaparadas por los sacerdotes y los intermediarios(había  retensión de bienes) Los tres interventores y sus ayudantes instaron a los trabajadores a volver al recinto de la necrópolis haciendo:
 
“(...) grandes promesas (...): ‘Podrán venir, porque tenemos la promesa del Faraón’ les dijeron.
 
Pese a la promesa, los artesanos permanecieron el día entero acampados detrás del templo y solo al anochecer volvieron a la necrópolis. 
 
El segundo y el tercer día invadieron el recinto sagrado que rodeaba el templo funerario de Ramsés II (o Rameseum) provocando la huída de porteros, policías y contadores, que no se animaron a enfrentar a la multitud. La ocupación del Rameseum parece haber sido más eficaz que las medidas anteriores, porque provocó un cambio en la actitud de los funcionarios. Los huelguistas reclamaban, como se citó:
 
“(...) Hemos llegado a este lugar por causa del hambre y de la sed, por la falta de ropa, de pescado, de hortalizas. Escríbanlo al Faraón, nuestro buen señor, y escríbanlo al Visir, nuestro superior. ¡Háganlo para que podamos vivir!”
 
Esto llevó a que se les dieran las raciones del mes anterior. Pero obviamente no dejaron de reclamar las del mes en curso. Reunidos al día siguiente en la “fortaleza de la necrópolis” (el cuartel de soldados) obtuvieron la intervención del jefe de policía, Mentumosis, quien les hizo la promesa de ir con ellos hasta el templo de Tutmosis:

“(...) Miren, les respondo: suban a sus casas y recojan sus útiles; cierren sus puertas y traigan a sus esposas e hijos. Yo iré al frente de ustedes al templo de Tutmes y les permitiré estar allí hasta mañana”.
 
Las promesas abundaban, pero el problema continuaba. Los obreros acamparon en el templo funerario de Tutmosis III, en Medinet Habu, durante todo un día con su noche reclamando lo adeudado. Finalmente se les entregaron también las raciones correspondientes al mes. Enviados los salarios la situación volvió a la calma y los trabajadores se reintegraron a sus labores. Pero por poco tiempo. Quince días después volvieron a salir de los muros reclamando ante los interventores de la necrópolis:
 
“(...) No nos iremos. Digan a sus superiores, cuando estén con sus acompañantes, que ciertamente no hemos cruzado los muros a causa del hambre solamente, sino que tenemos que hacer una acusación importante porque ciertamente se están cometiendo crímenes en este lugar del Faraón”
 
Los desórdenes se reiniciaron varias veces ante las reiteradas promesas incumplidas: se declararon una segunda y una tercera huelgas, consiguiéndose finalmente en cada caso la paga anhelada. Pero los disturbios no terminaban, porque las pagas volvían a retrasarse.

En determinado momento el nombramiento de Ta ("Delegado del Equipo en el Lugar de la Verdad" y "Escriba de la Tumba") como visir del Alto y Bajo Egipto (en su cargo debía velar por la justicia en todos los dominios) produjo cierta expectativa entre los trabajadores porque era un hombre (“delegado”) salido de sus filas, estrechamente relacionado con Deir el-Medina.
 
Actuando de común acuerdo pararon sus actividades ante la visita del visir Ta. Esto dio esperanzas de ver solucionada la situación y de hecho permitió que los obreros consiguieron la entrega de las raciones completas que se les adeudaban, pero se les ordenó no volver a declararse en huelga, bajo pena de ser castigados en caso de desobediencia. Diríamos hoy, se declaró ilícita la huelga. Ta envió a un oficial con este mensaje para los interventores de la necrópolis:
 
“(...) Cuando haga falta algo, no dejaré de traérselos. Y acerca de lo que me dicen: ‘¡No te lleves nuestras raciones!’, ¡cómo!, yo soy el Visir, que da y que no quita (...) Si ocurriese que no hubiera nada en el granero mismo, les daré lo que pueda encontrar”.
 
 La amenaza parece haber tenido efecto momentáneamente. Pero una demora en el suministro de alimentos once días después de la visita de Ta, empujó a los trabajadores a corear su consigna: ¡tenemos hambre!; ante lo cual el alcalde de Tebas les proporcionó cincuenta sacos de trigo como adelanto de su paga:
 
“(...) Miren, les daré estos cincuenta sacos de grano para que vivan hasta que el Faraón les dé sus raciones”.
 
Pero este cierto respaldo de las autoridades no duraría mucho. Para ahondar los problemas el visir Ta se ausentaría hacia el Delta con motivo del “Festival Sed”, lo que llevó a que los pagos volvieron a atrasarse. Y más tarde Ta parece haber estado envuelto en el complot contra el envejecido faraón, Ramsés III. Si bien se desconoce el desenlace de este episodio algunos investigadores observan que a partir de ese momento comenzaron los robos en las tumbas reales y privadas, como consigna un papiro en época posterior:
 
“Año 16, día 22 del tercer mes de la estación de la inundación (...) Interrogatorio de los hombres que se encontró violando las tumbas del Occidente de Tebas; acusación contra los cuales había sido formulada por Pwer’o, alcalde del Occidente de Tebas y Jefe de Policía adscrito a la gran y noble tumba de millones de años del faraón (...)”.
 
Es posible que al no mejorar la situación general de las siguientes generaciones de trabajadores, bajo los sucesores de Ramsés III, los artesanos se decidieran a saquear las tumbas y nadie mejor que ellos para la tarea, porque las habían construido. 
 

EL SIGNIFICADO HISTÓRICO

 
No hay duda de que aquella primera huelga sentó un precedente histórico de enorme importancia en la historia del trabajo y de la organización obrera. Por primera vez en la historia, los trabajadores conseguían hacerse oír por medio de la paralización de sus actividades, haciendo uso de un instrumento empleado innumerables veces sobretodo durante la era industrial (desde el siglo XIX) Es obvio que Egipto no es una sociedad industrial ni capitalista, razón por la que no puede sostenerse la idea de que las huelgas solo pueden surgir en dicha sociedad. Pero, ¿se puede decir que fue una verdadera huelga? ¿Podemos usar el concepto de huelga para aquella lejana época? ¿No estaremos quizás cayendo en un anacronismo?.
 
Actualmente definimos el término huelga (véase: Diccionario de la Real Academia) como la cesación colectiva y concertada, voluntaria, de actividades por parte de un grupo de trabajadores con el fin de imponer la aceptación de ciertas condiciones a sus patronos. Dicha cesación debe ser concertada y colectiva para distinguirla de la cesación por otras causas, como el paro forzoso. La huelga se produce porque las autoridades infringen las condiciones de trabajo; y las mismas atentan contra los trabajadores.
 
¿Se cumplen las condiciones de esta definición en el conflicto de los obreros de Ramsés III?
 
  • No hay duda que la cesación de actividades fue concertada y colectiva, ya que intervinieron simultáneamente todos los trabajadores y sus jefes, así como otros voceros.
  • Todos estos reclamaban el pago de los “haberes” atrasados, y los obreros paralizaron sus actividades todas las veces que lo consideraron necesario, buscando concienciar a las máximas autoridades del Estado sobre la cuestión: la retensión del pago y la corrupción de los administradores.
  • Así mismo, más allá de la cuestión material, los trabajadores se quejaron de otras situaciones irregulares, ciertos sacrilegios cometidos en aquel tiempo, sin que sepamos concretamente de qué se trataba.
  • En los hechos, su “plataforma reivindicativa” incluía un nuevo ingrediente usado como arma política: la acusación dirigida a los interventores de estar engañando nada menos que al faraón y al visir; y se les amenazaba con denunciarlos ante sus autoridades.
  • En resumen, los trabajadores protestaron contra los manejos irregulares y como metodología, protagonizaron verdaderas sentadas junto a los templos, así como la ocupación de locales, medidas que resultaron efectivas.
 
La presión y las ocupaciones lograron momentáneamente sus efectos, pero la situación no se corrigió nunca. Si todas estas características no alcanzan para definir el conflicto de los trabajadores egipcios con las autoridades como una huelga, entonces ¿qué fue?.  
 

CARACTERÍSTICAS DE LA HUELGA:

 
 
 
  • Cesación concertada de actividades
  • Reclamos por pagos atrasados
  • Reiteración de la medida
  • Denuncias de corrupción y sacrilegios
  • Plataforma reivindicativa usada como arma política
  • Metodología de sentadas y ocupaciones
 

Es cierto que no podemos determinar hasta qué punto los trabajadores desarrollaron su organización o su conciencia de grupo, debido a la ausencia de información. Se ha señalado que las razones de la huelga eran en primer lugar económicas y en segundo plano reclamaciones por las condiciones de trabajo. Pero también es obvio que hubo coordinación y acuerdo entre los obreros a lo largo de muchos años, fruto sin duda de sus reuniones y de la dirección de sus jefes de tareas. No se puede pasar por alto el hecho que las huelgas continuaron hasta la desaparición de la aldea de trabajadores, es decir hasta el final de la XX dinastía (bajo el reinado de Ramsés XI) época en la que se terminó abandonado el Valle de los Reyes como lugar de enterramiento real (y esto en buena medida a causa de la crisis del Estado y de las invasiones libias). De este modo aquella primera huelga sentó un modelo para Egipto, con efectos a largo plazo en el país.
 
Fuera de Egipto, no puede asegurarse si la influencia de la primera huelga se sintió realmente o no. Por esto no podemos afirmar que la primera huelga haya influido realmente en conflictos posteriores fuera de Egipto, y mucho menos a través del tiempo en la época Moderna. Más allá de su influencia directa o indirecta, o que no haya tenido ninguna, Egipto es el antecedente más antiguo de la lucha de los obreros por sus derechos. 
  
 
 
Fuente: 
 http://maloca-mitribuna.blogspot.com.es
 
 


martes, 28 de mayo de 2013

Todo tiene su tiempo (fragmento), Blanca Riestra




Queremos ignorar lo irremediable. Tomamos decisiones, emprendemos caídas o ascensos fulgurantes que creemos planificados, producto de nuestra razón, de nuestra sinrazón, de nuestro deseo. Pero las cosas tienen una vida propia, siguen siempre su curso caprichoso, a pesar de nosotros mismos. Es como si nuestro destino se fraguase en otro sitio. Nos afanamos inútilmente en rechazar todas nuestras posibles vidas, creemos tenerlo todo ya atado o bien atado, pero a veces lo que ni nos atrevemos a imaginar se nos cae encima y nos arrolla. Lo aceptamos.

Pero el sentido, porque existe un sentido, se nos escapa por completo. (…) Me resisto a creer que todo sea arbitrario. Todo acontecer está regido por una necesidad de equilibrio que se nos escapa.